hay libros que exigen irse a vivir en ellos durante un tiempo, esto se lo leí a Fabián Casas creo. entre esos, algunos son como pequeñas catedrales vacías que nos cobijan bajo el temporal y luego nos devuelven distintos. pienso en 2666, por ejemplo, y pienso en mí hacen casi dos años: mi viejo se moría o ya estaba muerto y yo leía y leía antes o después o en medio del dolor y el horror. Casas también cuenta una anécdota similar durante la agonía de su madre, pero en su caso él va tomando pequeños sorbos de su petaca Henry Miller para darse valor mientras camina una y otra vez los pasillos del hospital. yo simplemente me emborrachaba en cualquier parte. y no era fugar -el que leyó 2666 sabe que lo último que intenta ese libro es proponer un jueguito de escape-, sino habitar mundos paralelos para evitar la asfixia. o recoger la energía de uno de ellos para poder sobrevivir en el otro.
también hay obras de otro tipo, de un tipo que no sabría explicar bien. pienso en Historias extraordinarias, que se estrenó cuando yo vivía en Baires. recuerdo que la daban solo en pocas salas y una de esas era en el Malba. a esa sala fui dos veces: una para el estreno y una al año siguiente, para la reposición, y, vaya saberse por qué, las dos fui solo. fueron cuatro horas (que se extendían a cinco o un poco más con los dos intervalos) en que uno rápidamente comprendía que le proponían prestarse a un juego y dejarse conducir por un universo acabado y perfecto. las dos veces, cuando salí de la sala y me puse a caminar entre los edificios de esa parte norte de la ciudad tuve la misma sensación de desamparo: como si el mundo fuera más absurdo y más precario pero también menos querible después de haber visto esa peli. apuré el paso, pero eso tampoco servía de nada.
bueno, todo esto que digo es para llegar acá. acabo de leer Mientras agonizo, y aunque aún me dura el escozor, pienso en alguna forma que comprenda a este tipo de textos. a esos que son como acercarse a un precipicio y sentir placer y miedo a la vez, y sólo soportar esas sensaciones por breves periodos de tiempo y en la medida de lo posible salirse de ahí cuanto antes para luego volver a asomarse, fascinados. pero, como se ve, no encuentro ninguna: Mientras agonizo es una novela que tiene la cantidad de errores exactos para ser perfecta y es la obra de un genio (aquí me refiero a la diferenciación entre talento y genio que también hace Casas, ya que estamos), pero también es una droga (o una petaca!) que atemoriza y que uno no puede abandonar aunque sólo se anime a consumirla en dosis pequeñas. por eso mismo se lee por capítulos y respirando profundo, como rezándole al mismísimo Willy Faulkner o vaya a saberse a quién, y eso sí que es mucho pero aun no lo es todo. aunque sí lo único que puedo decir.



2 comentarios:

Paola dijo...

Hermoso texto! podría, definitivamente, vivir en él...

fernando dijo...

gracias, pao!