Los trabajos prácticos, el lenguaje, Daniel Sada
1. Promesas sobre el videt. a) Voy a trabajar con citas
nunca confirmadas en las fuentes, con citas guardadas y tergiversadas por mi
memoria, digamos. Es probable que las equivoque o fuerce, sin embargo confío en
que, de todas formas, arrojen luz sobre lo escrito y, en fin, sigan siendo
literatura. b) Voy a intentar recomendar un autor sin haber leído la que se dice
es su mejor novela y ni siquiera todas sus obras –amparado en la combinación bastante
conocida de pobreza económica personal y falta de criterio bibliotecario o Ateneo-, confiándome a la calidad de lo
sí leído y la preeminencia del escritor. c) Con todo esto como punto de fuga,
voy a repetir una discusión vieja y gastada y, de todas formas, a intentar
actualizarla. O al menos hacerla visible desde otro ángulo, y en cierta forma
disfrutable como otro relato posible (¿acaso la crítica no es sólo otra de las
caras de la ficción?).
2. Probablemente Borges fue quien dijo que todas las
historias ya habían sido contadas por Homero, que en cierto sentido, entonces,
toda la literatura posterior al autor de la Odisea no era más que una
repetición. Se sabe, el viejo ciego era dado a los slogans. Sin embargo, con
cada sentencia siempre lograba rasgar, sutil, un determinado velo que, en
verdad, ocultaba un ring. Y nos invitaba a entrar: a ver, a pelear. (Nos
permitamos metáfora remanidas, que incluso creo haber leído por ahí…) ¿Tendría
razón Georgie? Quizás no –y de esto se adelantó algo ya en el primer apartado-,
o quizás su frase sea tan maniquea como este mismo planteo. No importa
demasiado: acaso estaba menos preocupado por tener razón, que por hacer visible
el ring (algo que muchos se esfuerzan por ocultar, además). Nunca se sabe. De
todas formas, logró forzar algo, introducir la duda. Su idea atraviesa toda nuestra
literatura contemporánea y en cierta forma divide aguas. Pensemos por un
momento en la imagen del Narrador Joven frente al periodista. Nos detengamos,
por un momento, en sus palabras. ¿Qué dice?: me interesan las historias, me
interesa contar historias. Rebobinemos, detengámonos esta vez en el gesto, su
gesto de Autor Comprometido para con el Lector. Ahora: ¿con quién? En verdad
esa boutade es un falseamiento, o una pose. Peor: una imposibilidad, una
ignorancia. O una confesión. La literatura es un lenguaje, y eso, creo, lo
sabía bastante bien el hombre que gustaba caminar de la mano de Kodama.
3. Entonces, Daniel Sada. Y las viejas discusiones
repetidas, ya tornándose aburridas (forma/fondo, estilo, argumento, ¡puf!),
saldadas.
Una muestra tomada al azar de lo que circula de sus textos en
la web:
Allí
está, pacífico y guango, contemplando el hundimiento del sol en el mar.
Observa con desgana desde la terraza, tendido en la hamaca.
Ojalá que no venga
nadie del servicio, alguien que me diga «¿Qué se le ofrece?». De ocurrir la
interrupción ¿cómo reaccionar? Si Fulano de Tal decidió acostarse en esa suerte
de trampa tropical fue porque deseaba experimentar un encantamiento. Lo que
pasa es que se le olvidó ordenarle a los del servicio que no lo molestaran.
¿Se percibe? Orientación: Una respiración. ¿Se ve?
Dictado explícito: ahí hay un Lenguaje. Puesto que de qué hablan los textos de Sada:
quizás de mexicanos en el sur de México, de asesinatos, de desencuentros, de
viajes, de idas y vueltas, etc; quizás de las pasiones humanas (permitámonos
las cursilerías), de todo lo que se repite desde Homero… pero, fundamentalmente,
hablan una Lengua, única, y eso, mal que le pese al Nuevo Narrador, ya es
bastante.
4. ¿Que qué es una lengua, un lenguaje? Bueno, no sería
fácil dar una respuesta. Menos aún hacer un compendio teórico (pensemos por un
momento en Ferdinand de Saussure; o mejor: pensemos por un instante en ese
alumno atento a los dictados del profesor, al copiado efectivo de lo que más
tarde será un Curso de… ¡uf!; y ni hablar de todo lo que vino después o hubo
antes… del amigo Wittgenstein!), además de que no serviría para nada a los
fines de este texto breve. De lo que este texto trata de abordar. Más práctico
(y retórico) sería apelar a las citas de autoridad, y esconderse –y no tanto.
Fogwill, pongamos por caso. Fogwill habla de una voz. Una voz que, en
ocasiones, nos habita; de estar atentos, dispuestos a escucharla. Fabián Casas,
a su vez, habla de algo parecido, pero suma el hecho liberar el canal a través
del que logra expresarse esa voz. De reducir el ruido del mundo, su
imposibilidad. ¿La voz propia de cada uno? ¿Desconocida, a veces?
Probablemente. Sin embargo, como también lo decía Fogwill, en algunos casos
tiene valor literario y en otros no tanto. Uf, ahora sí las preguntas se
multiplican. Reduzcamos, sinteticemos y, sin embargo, pensemos que estamos
diciendo algo. Digamos que es algo imposible de definir, pero que, de todas
formas, se reconoce cuando se está frente a él (olvidemos a Bourdieu: no
estamos diciendo, parafraseándolo, que literatura es lo que los escritores
dicen que es literatura (tampoco hablamos de un promedio general: no todas las
voces tienen algún tipo de valor literario, sino pensemos en Willy Faulkner)). Quizás
un fluir de la lengua madre en donde forma y contenido son una misma cosa
indisoluble, aunque sin embargo sin forma no sea posible el contenido (¿Lacan?)
y, a la vez, el contenido negocie el desenvolvimiento prepotente de la forma
–al menos en lo que a prosa se refiere. Entonces, finalmente, sobre la niebla
de estas cavilaciones veamos aparecer la prosa de Sada, contundente, por sobre
las buenas intenciones del Narrador Joven.
5. La exigencia de los tiempos, el anecdótico del yo. Escena:
Hay un lector nuevo y un lector viejo, una biblioteca en la casa de este último.
Hay un pasamanos de autores contemporáneos. Finalmente, hay la lectura de
Antonio Di Benedetto. De “Caballo en el salitral”, pongamos por caso. Entonces,
la discusión acerca de cómo abordar ese cuento, o cómo funciona ese cuento en
el resto de la literatura abordada por el lector nuevo. De por qué el mendocino
se tomó el trabajo (y lo llevó a cabo grandiosamente) de contar la historia de
un caballo de ciudad atado a un zulky, imposibilitado de ciudad, que se pierde
en el campo. De los huesos de ese caballo que luego habitan los pájaros. Conclusión:
una línea sutil que divide el cinismo y la modestia, y estos, a sus vez,
habitados, precisados por un lenguaje (¿o a la inversa? ¿o todo una y la misma
cosa?). Volvamos al ring. Imaginemos tres entre de entre las infinitas
posibilidades de estar sobre ese ring. Busquemos un padre de los que es
necesario matar en estos tiempos para hacer un mapa más completo o tener un
punto de referencia más preciso. Elijamos a Juan José Saer. Un boxeador que
quiere todo (aunque no me atreva a llamarlo totalitario por motivos obvios), y
sin embargo no lo finge ni lo oculta. Al otro lado, el Narrador Nuevo,
preocupado por la historia y por el humor (no todos por supuesto, pero bueno,
cualquier razonamiento implica generalizaciones). Un boxeador apurado, cuyo
único objetivo, paradójicamente, es mantenerse en el ring. Vestido de gags
literarios. Al otro, y sin agotar las posibilidades ni intentar hacer un
cuadrado semiótico, Antonio Di Benedetto. Un boxeador aristócrata, que preferiría
no boxear, pero si lo tiene que hacer, finalmente, se preocupará por la
elegancia y sutileza de sus movimientos, sus convicciones. Dónde se ubicaría
Daniel Sada en ese ring: ¿Con Balboa? ¿Con Mario Baracus? ¿Con el negro? (El
ruso no participa, aunque no sea fácil, olvidemos los talleres metalúrgicos por
ahora…) Digamos que es un poco de todos estos y, aunque esté muy cerca del Nuevo
Narrador, no lo será nunca. Eso lo hace valioso.
6. Para terminar estas vagas disquisiciones. Digamos: Sada
tiene humor, pero no es burlesco ni chistoso. Sada no es liviano ni cínico,
pero tampoco peca de tedio o golpe bajo. Sada no es totalitario y sin embargo
sus universos parecen plenamente acabados. Por momentos, Sada es lírico y luego
barroco y luego minimalista y sin embargo no parece adscripto a ninguna secta.
Sada cuenta historias pero en verdad no las cuenta; estas historias son muy
importantes o no valen nada en absoluto, aunque sin embargo logran algo.
Digamos, para cerrar, que la literatura de Sada es un lenguaje, un lenguaje
poderoso al que el autor mexicano tiene el valor de no hacerle trampas, de
dejarlo habitar su literatura como un fantasma una casa embrujada.
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